Semana Santa Virtual de Utrera 2020

Día Litúrgico
Viernes de Dolores

Día Litúrgico
Viernes de Dolores

Dios mío, ¡qué gran misterio de amor nos propones hoy para nuestra meditación! Quisiste que junto a tu Hijo en la cruz estuviera de pie su madre, compartiendo su dolor… para luego dejárnosla como nuestra madre. María, hoy te invoco y pido tu ayuda para hacer una buena oración

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

PRIMERA LECTURA

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 31B-39

Hermanos:

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?
¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó.
Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Palabra de Dios.

Te alabamos Señor!!

SALMO Sal 17, 2-3. 5-7. 19-20

R. EN MI ANGUSTIA INVOQUÉ AL SEÑOR.

Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador, mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.

Las olas de la Muerte me envolvieron, me aterraron los torrentes devastadores, me cercaron los lazos del Abismo, las redes de la Muerte llegaron hasta mí.

Pero en mi angustia invoqué al Señor, grité a mi Dios pidiendo auxilio, y él escuchó mi voz desde su Templo, mi grito llegó hasta sus oídos.

Ellos me enfrentaron en un día nefasto, pero el Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró, porque me ama.

R. EN MI ANGUSTIA INVOQUÉ AL SEÑOR.

SECUENCIA

Se encontraba la Madre dolorosa junto a la cruz, llorando, en que el Hijo moría, suspendido.

Con el alma dolida y suspirando, sumida en la tristeza, que traspasa el acero de una espada.

Qué afligida y qué triste se encontraba, de pie aquella bendita Madre del Hijo único de Dios.

Cuánto se dolía y padecía esa piadosa Madre, contemplando las penas de su Hijo.

¿A qué hombre no va a hacer llorar, el mirar a la Madre de Cristo en un suplicio tan tremendo?

¿Quién es el que podrá no entristecerse de contemplar tan sólo a esta Madre que sufre con su Hijo?

Ella vio a Jesús en los tormentos, sometido al flagelo, por cargar los pecados de su pueblo.

Y vio cómo muriendo abandonado, aquél, su dulce Hijo, entregaba su espíritu a los hombres.

Madre, fuente de amor, que yo sienta tu dolor, para que llore contigo.

Que arda mi corazón en el amor de Cristo, mi Dios, para que pueda agradarle.

Madre santa, imprime fuertemente en mi corazón las llagas de Jesús crucificado.

Que yo pueda compartir las penas de tu Hijo, que tanto padeció por mí.

Que pueda llorar contigo, condoliéndome de Cristo todo el tiempo de mi vida.

Quiero estar a tu lado y asociarme a ti en el llanto, junto a la cruz de tu Hijo.

Virgen, la más santa de las vírgenes, no seas dura conmigo: que siempre llore contigo.

Que pueda morir con Cristo y participar de su pasión, reviviendo sus dolores.

Hiéreme con sus heridas, embriágame con la sangre por él derramada en la cruz.

Para que no arda eternamente defiéndeme, Virgen, en el día del Juicio.

Jesús, en la hora final, concédeme, por tu madre, la palma de la victoria.

Cuando llegue mi muerte, yo te pido, oh Cristo, por tu madre, alcanzar la victoria eterna.

ACLAMACION

María, Reina del cielo y Señora del mundo, estaba junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo en el más profundo dolor.

EVANGELIO

Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.»
Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Palabra del Señor.

GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS

Comentario de hoy

Simeón profetiza a María que una espada atravesará su alma. Y así fue: María participó en los sufrimientos de su Hijo a lo largo de su vida. Sufrió una primera incomprensión de San José, sufrió en su camino a Judea para visitar a su prima Santa Isabel en medio de su embarazo, sufrió al perder a Jesús en el templo, sufrió en medio de una vida pobre y austera, sufrió al ver el rechazo del que era objeto su Hijo durante su vida pública, sufrió al ver a su Hijo azotado, escupido, coronado de espinas, despreciado, al verlo clavado en la cruz agonizando con dolores insufribles, sufrió al verlo morir, sufrió al lavar sus heridas y enterrarlo. Sufrió la soledad del Sábado Santo. Y todo eso lo sufrió sin nunca haber cometido un pecado y sin tener ninguna culpa. Es por eso que en este Viernes de Dolores se recuerda a la Virgen Dolorosa. María nos enseña que el amor cristiano ha de ser sacrificado, sin quejas exteriores o interiores. La Virgen nos da ejemplo de que debemos sufrir con Cristo y por Cristo. ¡Cuántas veces sufrimos por nimiedades… porque no tenemos las cosas que nos gustaría tener, porque alguien no nos dirigió la palabra, porque no tuvimos un descanso que esperábamos, etc.! María nos enseña a no sufrir en balde y a saber que todo, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, se convierten en sacrificios espirituales agradables a Dios.
Miremos a Jesús en la cruz y a la Virgen Dolorosa, tratemos de consolarles, en lugar de buscar ser consolados, prometamos abrazar las cruces que Dios permita en nuestra vida, sabiendo que lo que padezcamos aquí en la tierra no es nada comparado con el gozo del cielo.